Yo quería un matrimonio, una casa bonita, una camioneta,
dos niños hermosos y un marido entregado. Si, quizá también amor. La vida
perfecta fue la fantasía que colmo los insomnios y las horas tristes de mi
adolescencia. No sé si añoraba porque
era una mujer depresiva o porque había perdido algunos afectos desde muy chica.
Crecí en esta casa, jugando en habitaciones que nadie habitaba, perdida en el
mundo fantástico de los hijos únicos, extraviada del mundo exterior. De mi
padre herede lo callado, su vocación de fantasma, su cobardía. De mi madre tal
vez la falta de resignación. Aquellos años de mi infancia se resumen en una
dinámica sin fin en la cual mi padre se desvivía por hacer feliz a mi
madre a través de insignificantes
detalles que pensaba importantes para ella. Mi madre simplemente lo odiaba. Hoy
que la recuerdo entiendo que vivía en un universo silencioso, de sueños
asesinados. Como los malvones del patio se secó en la espera de la lluvia que
nunca llego. Un día, como era de esperarse, mí madre se fue; simplemente abrió
el portón y se marchó; si se fue loca, si se fue cansada, no lo sé; lo único
que recuerdo es que dejo el portón de par en par; abierto como una herida en la
mano. Quizá un día regrese y podamos
hablar de ello. Mi padre y yo seguimos atados
a esta casa inmensa; yo engordando y el envejeciendo; ambos mirando
televisión.

Me siento taaan identificada con éste texto. T_T
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