Cada quien puede tener la cultura
y la identidad que le plazca, se proclamó en Estados Unidos, Holanda Inglaterra
y Francia; hoy se dan cuenta del error histórico que ha significado para su
existencia el planteamiento de mosaico cultural con el que han reconstruido sus
sociedades a partir del último cuarto de siglo. Desentenderse de la identidad,
la cultura común, los vínculos nacionales y el patriotismo en sus habitantes
término en una fragmentación social, racial, económica y cultural que produce
terroristas.
Una generación a la que no se le
dijo que pertenecía a un pueblo, que no se le inculco el sentimiento de
pertenencia y el orgullo de grupo, que careció de toda identidad nacional, es
la que ahora se pone en contra de sus propios pueblos y engrosa las filas del
terrorismo antropófago que pone en jaque a Europeos y norteamericanos. En
Inglaterra se sabe que un gran número de terroristas que amenazan al país son,
paradójicamente, ciudadanos ingleses de sangre y religión adoctrinados por el extremismo
islamico.
Lo mismo sucede con muchos
jóvenes franceses y norteamericanos que no se sienten ni franceses ni
americanos y mucho menos tienen vínculos emocionales positivos con el pueblo
que los engendro.
Las utopías no existen; la imagen
de una nación formada por muchas culturas distintas relacionándose en paz a
partir de sus diferencias no es sino un sueño jipiteca que ha resultado tan
peligroso y sangriento como el nacionalismo nazi. Ahí donde la identidad
nacional fue retirada, otras identidades más radicales y peligrosas se
establecieron.
Con las consecuencias de
fragmentación y terrorismo que se viven en algunos países, la idea de un
mosaico cultural variado y profuso como fundamento nacional ha quedado señalada
como peligrosa para la subsistencia misma de la unidad nacional. El respeto por
las identidades grupales no significa renunciar a una identidad nacional, se
dice ahora después de muchos muertos y atentados. Algunos soñadores querían
ciudadanos del mundo y obtuvieron terroristas feroces militantes de la
violencia y los extremismos.
La realidad que se plantea para construir
nacionalidades solidas es la de supeditar las identidades del mosaico cultural
a una identidad superior, única e integradora cuyo sentimiento de pertenencia
sea tan fuerte que promueva por sí mismo la protección y supervivencia del
grupo nacional. Es decir que dentro del país se puede ser indígena, judío o
musulmán pero sobre todo y antes que nada se es mexicano. La mexicanización de
los emigrantes y la prevalencia de la cultura nacional sobre las identidades
atomizadas parece ser el camino que nos garantice nuestra propia conservación.
Al parecer el patriotismo y sentimiento de pertenencia nacional es el antídoto
contra la destrucción y la dispersión de los grandes países receptores de
migrantes
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