El número de venezolanos viviendo
y trabajando en México se ha duplicado los últimos años. Quien piense que lo
que le sucede a Venezuela a los mexicanos no nos afecta, está equivocado.
Se dice que lo sucedido a este
país sudamericano no es un tropezón que podrá enmendarse en algún momento, sino
la cancelación de un futuro promisorio para muchos años. Venezuela es un país
sudamericano que culturalmente pertenece al caribe; y es el caribe la región
más atrasada de la atrasada Latinoamérica. Si juzgamos por los resultados en la
Venezuela del comandante supremo podemos afirmar que lo mencionado es verdad.
Este es un país sin industria
cuyos ingresos dependen en el 96% de petróleo. Se habla de una escasez severa
de alimentos, medicinas y energía eléctrica. Se menciona que la fuga de
recursos monetarios y humanos no tiene parangón en américa Latina y el mundo, y
que el manejo macroeconómico los últimos 15 años ha sido deplorable y
sinsentido: un 45% de las ventas de petróleo se destina a subsidiar a Cuba y a
otros países del caribe. El gobierno venezolano mantiene en secreto el recorte
presupuestal a la mayoría de los programas sociales mientras que el presupuesto
para el ejército y para la propaganda de telesur se duplico el último año.
Se dice que el glamour de los
uniformes militares y las boinas, de los títulos de comandante y
revolucionario, han enloquecido a un tipo de latinoamericano obnubilado por los
héroes y los personajes ficticios, por los caudillos, los mesías tropicales y
sus apóstoles. Una mentalidad latinoamericana inmadura que busca en los
superhéroes la realización de un sueño tan irreal como peligroso. Hacer de la
nación un campo de pruebas, un laboratorio es jugar a los volados con el
destino de millones de personas. Los venezolanos lo hicieron con su país y hoy
tenemos los resultados.
Venezuela no verá la luz de la
democracia en muchos años, o tal vez nunca, porque el recurso humano está
sumamente dañado, los años de culto a la personalidad del líder supremos y los
valores humanistas torcidos por la manipulación casi religiosa y omnipresente
de sus ideólogos, han obrado en la trasformación de este pueblo que protesta
por hambre pero no por la falta de libertad y democracia.
Las ficticias revoluciones
sudamericanas fueron muy exitosas en la construcción de un relato que se
creyeron ellos mismos. Hoy, ante el recuento de los daños se puede constatar
que nada o poco ha cambiado. Venezuela, Argentina, Ecuador y Bolivia no son
sino dictaduras disfrazadas. Sin embargo, este capítulo sudamericano está lejos
de terminar: la retirada de la marea populista será lenta y costosa; la agonía
de las repúblicas revolucionarias será prolongada.
Una vez más Latinoamérica nos ofrece valiosas
lecciones sobre lo caro que nos puede costar no domeñar al ingenuo salvaje que
vaga aun por el continente.

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