México es un país antiguo y
misterioso; sus ciudades son un largo compendio de historia viva, y sus campos
escenarios de batallas legendarias. Las guerras prehispánicas y los sacrificios
humanos, la conquista y la revolución, los colgados en los caminos y los
quemados por herejía, pueblan de sombras y descarnados, de gritos en la
oscuridad y de espectros la inmensa noche mexicana.
A la llegada de los
conquistadores españoles lo primero que escucharon de los pueblos originales no
fue otra cosa que historias de fantasmas, tal vez porque en México la vida
adquiere sentido solo entreverada con la muerte; y cada mexicano, alguna vez,
ha visto o escuchado lo inexplicable.
La historia referida como
verdadera habla de tres estudiantes en el Estado de Morelos que compartían en
renta una viaja casa construida poco antes de la revolución. Rentaban lo que
aún quedaba de un caserón que poco a poco había sido absorbido por la ciudad,
pero que en la década de la lucha armada se encontraba lejos y aislado sobre
una vereda imposible de explosión vegetal.
Los estudiantes eran originarios
de algún pueblo entre Tepoztlán y Yautepec pero se habían matriculado en una
Universidad de Cuautla; con lo cual surgió la necesidad de conseguir un lugar
cercano a la universidad para vivir. Encontraron la vieja casa de piedra y
vigas centenarias, de techos altos y muros gruesos, de enredaderas siniestras y
campanelas moradas. Era la casa más antigua en una calle empedrada, pocas veces
habitada y oscurecida por la acción de las buganvilias descontroladas.
Los estudiantes se sorprendieron
de encontrar un lugar con tres recamaras a tan buen precio por lo que no
dudaron en pagar la renta de todo el semestre. La casa tenía un jardín inmenso
mal cuidado en cuyo extremo a la vieja construcción se levantaba una casita de
tejas en la cual vivía un matrimonio de la tercera edad, cuya vecindad les
otorgaba el título de veladores inmemoriales de la finca pre revolucionaria.
Comenzó el semestre y los tres
compañeros se dedicaron con determinación a sus estudios universitarios,
viviendo durante la semana en aquella casa rentada y viajando a la casa
familiar cada fin de semana. Fue hasta el tercer mes que uno de los estudiantes
comenzó a sentirse constantemente enfermo, no podía dormir y perdía peso,
parecía espantado pero no decía nada. A mediados del cuarto mes ya no quiso
regresar, dejo la escuela y pasó una larga temporada encerrado en la casa de
sus padres.
Aunque confundidos por lo
acontecido a su compañero, los dos estudiantes que quedaban en la casa se esforzaban
por terminar el semestre con buenas calificaciones y se encontraban ocupados
preparándose para los exámenes semestrales.
Una noche en la que ambos jóvenes
se habían quedado estudiando hasta la madrugada, un ruido extraño llamo su
atención, provenía de la recamara vacía de su antiguo compañero y parecía que
alguien arrancaba las hojas de un cuaderno o un libro y las estrujaba una tras
otra. Los amigos extrañados se miraron por unos segundos; uno de ellos se puso
de pie y lentamente se acercó a la puerta de la habitación que suponía vacía. Toco
la puerta y pregunto si había alguien.
Para ese momento ya tenía a su
compañero detrás de él reflejando en el rostro una mezcla extraña de temor y
curiosidad, sobre todo porque seguían escuchando el ruido de hojas de papel
arrancadas y apretadas con el puño. En el momento que uno de los estudiantes
abrió la puerta de la recamara el sonido ceso. Aunque la mortecina luz del
pasillo penetro la habitación al abrir la puerta, la oscuridad que ambos
estudiantes percibieron adentro les pareció como un aliento espeso que en su
negrura ocultaba algo.
Sin embargo, al no descubrir nada
en el interior, los estudiantes, como quien se recupera de una broma pesada,
lanzaron algunas carcajadas divertidos. Fue entonces que uno de ellos pregunto
al aire en voz alta: si estás muerto da un golpe sobre el piso y háznoslo
saber.
Los dos amigos recuerdan con
terror un golpe sobre el piso acompañado de un profundo rasguño sobre la madera
de la duela. Al instante salieron corriendo aterrorizados al patio. Ambos
temblando sin atreverse a regresar pidieron refugio en la casa de los
ancianos quienes después de tranquilizarlos, a lo largo de la noche les
contaron la historia de la propiedad.
En los años de la revolución la
casa pertenecía a un hombre muy rico y temido por su valor y mal genio. Un
hombre con tierras dedicadas al cultivo de la caña de azúcar, obsesionado con
la protección de sus riquezas ante el levantamiento armado. Su oro lo enterró
en alguna parte de aquella propiedad; sus tierras las defendía a punta de
fusil; y a su mujer la mantenía encadenada en un cuarto cuando él se encontraba
fuera.
Un día la turbamulta
revolucionaria lo colgó en algún árbol del camino real y nunca regreso al lado
de su mujer, que en cadenada, en una casa aislada, en una habitación donde solo
había libros, murió de hambre comiendo solo papel.

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